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No sirvo para dar consejos, menos desde el suelo. Abatido. Mirando el techo.
¿Qué le queda a un tipo que mira las nubes pasar y cree que son bondis sin freno?
Al menos le queda la dignidad. Nunca la pierdas, me dijo un amigo.
Y le queda la nostalgia. Esa mina fiel, aunque sea mitad prostituta, mitad amante.
Hoy le doy toda la razón al viento. Él lleva y trae los recuerdos en una moto vieja, con más espejos retrovisores que cilindradas.
Lleva y trae, pone y saca, escribe y tacha. Todo en la misma hoja, nunca se le acaba el papel.
Carga al tiempo en la moto y pasean los dos hasta que se cansan y paran a fumarse uno.
Nadie tiene más derechos que el viento. Él está desde siempre, hace una vida entera que sopla y jamás le duele la garganta.
Creo que voy a vomitar de alegría o a reír de tristeza. Cuando estás así, tirado, hecho un ovillo como la mugre que se apila en los rincones, da todo lo mismo. Y pensás, pensás mucho. Para eso sirve estar acurrucado ahí abajo.
¿Te acordás cuando gritábamos y no había dolor?
¿Te acordás de esos cuentos de los años felices?
Suerte que estás lejos. Sino, te iría a buscar y te daría un abrazo, de esos que dejan el cuello colorado y las manos ajadas.
La nostalgia es la única puta que no te cobra por acostarte a su lado.
Es suave y hace todo bien, hasta el amor en blanco y negro.
Esos trapos viejos que guardamos en el cajón de la memoria.
Esos cables pelados que llamamos recuerdos.
Esos fotogramas desordenados con gusto a pan de ayer.
¿Qué sería de los utópicos si no hubiese futuro, qué sería de los nostálgicos si no hubiese pasado?
Si lo ves, decile que no venga. A ese hijo de puta que nunca da la cara y siempre está por llegar. El más cagón de los tiempos verbales, el más longevo de los mortales.
Pero si la ves a ella, decile que la espero. Fumando y mirando el techo.
No sirvo para dar consejos, sólo sirvo para mirarla desde lejos.
Qué puta más linda. No te vayas nunca. Esta noche te vuelvo a ver.