“Hay algo peor que la angustia de la página en blanco. Algo peor que no tener ninguna historia que contar: es haber oído demasiadas, y no poder olvidarlas.”
FABIAN POLOSECKI (1964-1996)

martes, 29 de abril de 2008

FRANKLIN 175



La calle Franklin ya no tiene charcos ni pozos. Los fundamentalistas del progreso dieron por terminada la aventura que significaba transitar por sus embarradas entrañas los días de lluvia.
Un lenguetazo de asfalto borró por completo cualquier indicio de polvo con gusto a barrio. A lo largo de 100 metros hay dos lomos de burro, barrera artificial que frena los impulsos velocistas de los conductores de turno. Ya no hay más carrera de bicicletas, rodillas peladas, ni arco a arco con una pelota que pica imperfecta. Los recuerdos de una cuadra que sabía de qué trataba la infancia es sólo eso, un recuerdo. Nubarrones imaginarios de tardes eternas que no sabían de principio ni fin. El tiempo; en aquellos años de fútbol, bicicleta y trepada de árboles, era circular como una naranja. Lo exprimíamos todas las tardes, a toda hora, en cada rincón de la calle que lleva el nombre del padre de la electricidad.
Un muro blanco con aires de superioridad se levanta, imponente, ante el paso de los vecinos. Un portero eléctrico y una cámara de seguridad miran fijo, como estatuas atentas. Sus rostros duros, mecánicos e instrumentales parecen administrar el derecho de admisión de quien quiera visitar la casa que tiene tatuada en su pórtico un nombre sugestivo: La Nostalgia.
Creo que Sabina tiene razón: “Al lugar donde has sido feliz, no debieras tratar de volver.”
Ya nada es como antes. Nada. Ni las calles que parecían eternas. Sólo en el recuerdo, pendiendo de un hilo, aferrado a un cacho de tierra, a una baldosa rota, a una vereda herida, se mantiene, incólume, ese pedazo de vida barnizado en sepia que se resiste a morir.

lunes, 21 de abril de 2008

ODA A LA PRIMERA NOVIA



“Si es en verano mejor”, recomendaban todos en el pueblo. No se trataba de algún consejo en cuanto al momento indicado para salir de vacaciones ni para ir a pescar. Era simplemente la mejor estación del año para ponerse de novio. Los que sostenían esta teoría alegaban que en invierno hacía frío y daba fiaca pasarla a buscar por la casa, llevarla al cine o a bailar. En el otoño hasta las hojas de los árboles reniegan de compromisos y vuelan por los aires despreocupadas. La primavera parecía ideal, pero ésta no es más que el tubo de ensayo de un amor en observación. Y una vez que llega el verano pueden suceder dos cosas: o bien se consolida esa incipiente relación experimentada en el cálido mes de septiembre o se concluye que sólo fue un amorío “ad hoc” y pasajero.
Aquella tarde de enero el sol estaba redondo, casi perfecto. La jornada diurna se alejaba para dar paso a un atardecer manso, de cielo anaranjado.
Él conducía una bicicleta con gomas lisas y cadenas oxidadas. Ella reposaba en el manubrio que giraba intempestivamente de un lado hacia el otro. El tórrido viento sacudía una pollera floreada que olía a nueva. Iban a una fiesta. Entre los dos eran mayores de edad, el tenía 11 y ella 10.
Eran las 7 y media pasadas y estaban citados a las 8. Tenía menos de media hora para decirle todo lo que había ensayado en la semana frente al espejo. Pero nada de lo practicado resultó. Debajo de una ligustrina reverdeciente apoyó su bicicleta con delicadeza. Irían caminando la media cuadra restante. En esos 50 metros tenía que desandar una catarata de palabras que suenen bonitas al oído. Tenía en su bolsillo izquierdo un pequeño poema que había rescatado de un viejo chocolate que ella le había regalado. El papel estaba húmedo y la tinta corrida, pero todavía se alcanzaba a leer: “Si amarte fuese pecado y quererte delito, yo te juro que he pecado desde el día en que te he visto.” Pero le resultó muy empalagoso, tanto o más que el propio chocolate que lo envolvía, y decidió dejarlo en el ostracismo de un bolsillo zurcido a mano. No tenía ni noticias de la palabra “cursi”, pero de haberla conocido la hubiera utilizado para caracterizar a ese poema que venía como yapa en el exquisito y enamoradizo “Dos Corazones”.
Pateaba las piedras que iba encontrando a su paso y hacía una pared imaginaria con su compañera. Ella permanecía muda. Con su trenza bien ajustada caminaba en raudo vuelo como quien llega tarde a una cita impostergable. Pero él se apresuró. Se armó de coraje, la agarró del brazo suavemente y con un lacónico pero certero ¿“Querés ser mi novia”?, borró de un plumazo el libreto estudiado y cortó el espeso aire que flotaba en el ambiente. Ambos respiraron profundo.
Ella clavó sus ojos color miel en la sien de él. Enmudeció. Él volvió a insistir, le suplicó que aunque sea le diga que sí por esa noche. Mendigaba un “SÍ” temporal, de unas horas, para pasar esa fiesta de cumpleaños de amigos en común juntos. En términos de aquel entonces: “Le pidió arreglo por unas horas”. Ella se hizo desear, le dijo que no sabía, que lo iba a pensar.
Una luna resplandeciente le había ganado el terreno a un sol crepuscular que renegaba de esconderse. “Tenés los zapatos desatados”, le dijo ella para matizar el silencio que había ocasionado con su evasiva respuesta. Unos ortopédicos gastados en las puntas pero recién lustrados olían a betún. Él no hizo caso a la advertencia y siguió caminando. Se adelantó unos pasos con la cabeza gacha. Ella avanzó con zancadas largas y lo alcanzó. “Bueno, por esta noche sí” le dijo mientras sonreía. Le dio un beso en la mejilla. Se tomaron de la mano y caminaron sus primeros 20 metros como novios. Mañana volverían a ser amigos.

jueves, 17 de abril de 2008

VOLVER

Tironearon de una soga con fuerza. Encuentro fortuito.Noche cerrada. Humo. Olor a quemado. Ventanal con vistas a una calle de nombre centroamericano en pleno barrio porteño. Comida cara y desabrida. Café caliente. Lágrima en jarrito. Caja mal armada de un paquete de cigarrillos. Se contaron sueños. Se dieron la mano. Se abrazaron. Tenían frío. Se equivocaron. Ya no se los veía. Humo. Promesas de un hasta luego. Excusas incidentales que luchan por otro cruce inesperado. No se animaron a más. Se conformaron con poco. Volvieron. Se redescubrieron. Saben sus límites. Se conocen demasiado. La noche se acabó. No fue una más. Volverán. La soga no se cortó. Del otro lado está el vacío. Ya saltaron.

domingo, 13 de abril de 2008

El día que el Gigante tembló en el cable

A pesar de sus ademanes patoteriles y su ferviente incoherencia politica-ideológica, Luis D elía tuvo razón.
Clarín es un monopolio abrumador, siendo el gobierno un cómplice permanente para que esto suceda, aunque Marcelo "no se hilvanar dos frases seguidas" Bonelli y Gustavo "no meto una S ni aunque me la manden por mail" Sylvetsre intenten patéticamente negarlo. El abrazo corporativo se tornó nefasto cuando acudieron al demagógico recurso de "la gente".
"Clarín es un monopolio, porque la gente lo elige todos los días" dijeron los dos, a coro, a dos voces.

domingo, 6 de abril de 2008

JUGADOS


Cuando la tomé de la mano sentí un cosquilleo en la panza. Juguetee con su anillo y se lo tomé prestado. Eran actitudes propias de un amante nervioso y apresurado que carece de experiencias en salidas diurnas con muchachas que sí la tienen. Primero comencé por contar la cantidad de pasos que entraban en una baldosa. Uno, dos; nunca más de dos por baldosa. Ella tenía un andar pausado, propio de un cuerpo que derrochaba tranquilidad. "Cuando llegue a 87 le digo si quiere que nos sentemos en un banco", pensé. Cuando iba por el paso 84 y no vislumbraba ningún parate con sombra en las cercanías, opté por prolongar la agonía y postergar para dentro de unos 120 pasos la pregunta. De golpe, ya cuando había perdido la cuenta de los pasos, vi un banco de plaza, como los de antes, esos que tienen pinceladas verdes y pies de apoyo de bronce. Le solté la mano, miré su reloj. 4.25.
- ¿Tomamos algo?, pregunté ansioso.
- Pero recién nos sentamos, sentenció con vehemencia.
- Sí, tenés razón.
Tenía una voz que transmitía convicción. En un tono más agudo que grave, sacudía sus palabras con vehemencia.
Me propuso un juego desafiante. Cerrar los ojos por cinco minutos y fijar la vista hacia arriba. No entendí el sentido del planteo lúdico pero no opuse resistencia, aunque sí hice trampa. La espié por encima de mi hombro mientras ella miraba la nada misma y respetaba lo pactado.
Sus párpados latían, pero permanecían cerrados. La miré de cerca, era más linda de cerca, más imperfecta, más humana. Tiene marcas, lunares, granitos, pecas y hasta algún bigote rubio que el sol devela cuando le pega de refilón. Tiene labios gruesos, nariz finita como un ñoquis partido al medio y una piel trigueña parecida a una tostada de salvado.
Estábamos muy cerca, casi pegados. Ella respiraba despacio, del mismo modo que al caminar. Le di un beso. Sus ojos siguieron cerrados. Su voz, apagada. Su lengua, despertaba. El juego había terminado, pero sin querer, recién estaba comenzando.

martes, 1 de abril de 2008

26 AÑOS DE HERIDA ABIERTA (1982-2008)

Duró 74 días y se llevó consigo a más de 900 personas, entre ellas a 655 soldados argentinos. Pasó hace 26 años, pero parece que fue ayer cuando un puñado de jóvenes uniformados partían rumbo al gélido suelo del atlántico sur. Con los pechos inflados de patriotismo y las mochilas cargadas, con más ilusiones que armamentos, se dirigían incólumes bajo las ordenes de un trasnochado dictador. Ellos creían que iban a salvar la patria en una misión casi redentora. Así se lo habían hecho creer los fríos calculadores del poder de turno que imaginaban que una victoria bélica les daría la legitimidad popular para continuar enquistados en la cueva que habían tomado por asalto seis años atrás.
Del otro lado estaba una de las potencias más soberbias del planeta, apoyada por la logística internacional, nada menos, que de la OTAN. A simple vista era como si un grupo de jóvenes soldados con boleadoras intentaran arremeter contra un ejército que dirigía su avance con radares y misiles.

Pero la población civil, por acción u omisión, también fue responsable. Gran parte de la sociedad creyó y aplaudió el famoso discurso del Presidente de facto Galtieri que desde el balcón de la Casa Rosada afirmaba inescrupulosamente “vamos ganando”. Las almas que tiritaban de emoción en la plaza de mayo aquella fría tarde ante semejante ebriedad retórica compraron esa “verdad” como un dogma irrefutable sin saber que se sumergían en un laberinto borgeano de irreparables pérdidas.
Hoy, las islas Malvinas siguen como entonces. Despobladas, frías, lejanas. Pero por sobre todas las cosas, lejanas. Si no es a través de algún impensado salvoconducto diplomático las Malvinas no serán jamás argentinas, aunque visceralmente estemos convencidos de lo contrario. Porque si bien no podemos ostentar el título de propiedad, los argentinos seguimos cantando cada 2 de abril: “... ¡Rompa el manto de neblinas, como un sol, nuestro ideal; Las Malvinas, argentinas en dominio ya inmortal!..”
Cuando entonamos la marcha nos ponemos serios y hasta nos emocionamos. Simbólicamente siguen siendo argentinas.Pero hay gestos que no alcanzan, decisiones que no satisfacen, voces que no convencen. Porque por más que el estado intente reparar el daño causado por aquella guerra mediante indemnizaciones a las víctimas, eso no será suficiente. Sólo conforman meras migajas materiales en medio de tanto vacío espiritual. Malvinas significa mucho más. Es, como tantos otros hitos en la historia argentina, una huella imborrable que llevarán generaciones enteras sobre sus hombros. Es demasiado profundo el dolor que dejó como para pretender ocuparlo solamente con un aumento en las partidas presupuestarias. Ellos se merecen algo más por ser los verdaderos héroes de una guerra que nadie ganó. Es la profunda transformación cultural de un país la que nos llevará a través de la memoria histórica a no repetir los errores del pasado. Quizá se vean más reconfortados cuando sientan que la sociedad ha madurado. Cuando en el futuro observen que sus conciudadanos no vitorean a dictadores bajo el eufemismo de “gesta histórica”. Esperemos para aquel entonces haber aprendido la lección y no guiarnos por caprichos patrióticos del poder de turno.