“Hay algo peor que la angustia de la página en blanco. Algo peor que no tener ninguna historia que contar: es haber oído demasiadas, y no poder olvidarlas.”
FABIAN POLOSECKI (1964-1996)

lunes, 21 de abril de 2008

ODA A LA PRIMERA NOVIA



“Si es en verano mejor”, recomendaban todos en el pueblo. No se trataba de algún consejo en cuanto al momento indicado para salir de vacaciones ni para ir a pescar. Era simplemente la mejor estación del año para ponerse de novio. Los que sostenían esta teoría alegaban que en invierno hacía frío y daba fiaca pasarla a buscar por la casa, llevarla al cine o a bailar. En el otoño hasta las hojas de los árboles reniegan de compromisos y vuelan por los aires despreocupadas. La primavera parecía ideal, pero ésta no es más que el tubo de ensayo de un amor en observación. Y una vez que llega el verano pueden suceder dos cosas: o bien se consolida esa incipiente relación experimentada en el cálido mes de septiembre o se concluye que sólo fue un amorío “ad hoc” y pasajero.
Aquella tarde de enero el sol estaba redondo, casi perfecto. La jornada diurna se alejaba para dar paso a un atardecer manso, de cielo anaranjado.
Él conducía una bicicleta con gomas lisas y cadenas oxidadas. Ella reposaba en el manubrio que giraba intempestivamente de un lado hacia el otro. El tórrido viento sacudía una pollera floreada que olía a nueva. Iban a una fiesta. Entre los dos eran mayores de edad, el tenía 11 y ella 10.
Eran las 7 y media pasadas y estaban citados a las 8. Tenía menos de media hora para decirle todo lo que había ensayado en la semana frente al espejo. Pero nada de lo practicado resultó. Debajo de una ligustrina reverdeciente apoyó su bicicleta con delicadeza. Irían caminando la media cuadra restante. En esos 50 metros tenía que desandar una catarata de palabras que suenen bonitas al oído. Tenía en su bolsillo izquierdo un pequeño poema que había rescatado de un viejo chocolate que ella le había regalado. El papel estaba húmedo y la tinta corrida, pero todavía se alcanzaba a leer: “Si amarte fuese pecado y quererte delito, yo te juro que he pecado desde el día en que te he visto.” Pero le resultó muy empalagoso, tanto o más que el propio chocolate que lo envolvía, y decidió dejarlo en el ostracismo de un bolsillo zurcido a mano. No tenía ni noticias de la palabra “cursi”, pero de haberla conocido la hubiera utilizado para caracterizar a ese poema que venía como yapa en el exquisito y enamoradizo “Dos Corazones”.
Pateaba las piedras que iba encontrando a su paso y hacía una pared imaginaria con su compañera. Ella permanecía muda. Con su trenza bien ajustada caminaba en raudo vuelo como quien llega tarde a una cita impostergable. Pero él se apresuró. Se armó de coraje, la agarró del brazo suavemente y con un lacónico pero certero ¿“Querés ser mi novia”?, borró de un plumazo el libreto estudiado y cortó el espeso aire que flotaba en el ambiente. Ambos respiraron profundo.
Ella clavó sus ojos color miel en la sien de él. Enmudeció. Él volvió a insistir, le suplicó que aunque sea le diga que sí por esa noche. Mendigaba un “SÍ” temporal, de unas horas, para pasar esa fiesta de cumpleaños de amigos en común juntos. En términos de aquel entonces: “Le pidió arreglo por unas horas”. Ella se hizo desear, le dijo que no sabía, que lo iba a pensar.
Una luna resplandeciente le había ganado el terreno a un sol crepuscular que renegaba de esconderse. “Tenés los zapatos desatados”, le dijo ella para matizar el silencio que había ocasionado con su evasiva respuesta. Unos ortopédicos gastados en las puntas pero recién lustrados olían a betún. Él no hizo caso a la advertencia y siguió caminando. Se adelantó unos pasos con la cabeza gacha. Ella avanzó con zancadas largas y lo alcanzó. “Bueno, por esta noche sí” le dijo mientras sonreía. Le dio un beso en la mejilla. Se tomaron de la mano y caminaron sus primeros 20 metros como novios. Mañana volverían a ser amigos.

1 comentario:

Blue dijo...

No podés ser más cute. Adoré el final.