“Hay algo peor que la angustia de la página en blanco. Algo peor que no tener ninguna historia que contar: es haber oído demasiadas, y no poder olvidarlas.”
FABIAN POLOSECKI (1964-1996)

jueves, 25 de diciembre de 2008

¿SERÁS LA MISMA?


Conocí Barcelona con 30 grados. La ciudad me sentó mejor que unos tallarines con tuco un domingo al mediodía. "En esta ciudad viviría", dije. Ahore me voy a pasar año nuevo. Pero hará 25 grados menos que en septiembre. Será otra Barcelona, más fría y menos "playera". ¿Diré, de nuevo, "en esta ciudad viviría" ó cambiaré la frase por:"en esta ciudad viviría en verano"?
Se los cuento a la vuelta. Hasta los primeros días del año próximo. Hasta mi regreso de la ciudad que me enamoró a primera vista. Ella no sé si gusta de mí. Se lo voy a preguntar, ahora que está fresco, a lo mejor responde con humito en la boca y todo. Y en catalán.

martes, 23 de diciembre de 2008

FELIZ NAVIDAD


Será la primera navidad en 22 años que no estaré rodeado de una larga sobremesa familiar. Somos muchos y quilomberos, y por eso se sentirá más.
Va a ser atípico, raro, extraño. Precisamente de eso se trata, de extrañar. Uno le pone el pecho, se hace el fuerte y levanta la copa para cambiar de tema. Pa que no se me piante un lagrimón, voy a ser breve:¡Salud!

jueves, 18 de diciembre de 2008

INTERROGATORIO

- ¿Y usted viene seguido por acá?
- Siempre que me invitan
- Encima, irónico el hombre. ¿Y hasta cuando se queda en el país?
- No lo sé
- ¿Piensa trabajar?
- Tal vez
- ¿Alguna vez estuvo seguro de algo en su vida?
- Sí, claro oficial
-¿De qué?
- De que no debo hablar con extraños
- ¿Y siempre fue tan idiota?
- No sabría responderle. Tengo derecho a hablar con un abogado
- Aquí el que habla soy yo. Dígamelo de una vez... ¿fue usted quien tiró a esa mujer del balcón?
-...
- No lo recuerdo
- ¿Era su pareja?
-...
- Hablaré con mi superior para que venga a interrogarlo
- Lo siento, yo no hablo con extraños
El uniformado cerró la puerta con el codo y cruzó el pasillo arrastrando los pies como una cobra. El tipo que tenía los dedos manchados de tinta negra agarró el cable del teléfono y lo envolvió a su cuello. El tubo quedó colgando como un péndulo indomable.
El tipeo de la máquina de escribir de la oficina de al lado era incesante. La silla se volteó al piso y un ruido seco detuvo al escribiente vecino.
Abrieron la puerta de golpe.
El cuerpo pesado estaba boca abajo, con las manos negras mirando al techo.
- ¿¿¿Qué hizo, que hizo??? Álvarez llame a la morgue, este sujeto se suicidó.
- Pero tiene pulso, vea, está en estado de shock, pero respira.

Cuando el cabo Sardo se agachó para desanudarle el cablerío que envolvía su cuello, lo cacheteó y le dijo que su abogado estaba en camino, que se levantara, que tenía que declarar.
El gordo mostró sus dientes y las encías se ahogaban en sangre. Una voz que parecía sacada de un sotano húmedo titubeó:
-No puedo hablar con extraños.
Cuando la cabeza se acomodó por última vez en el suelo, tuvo un deja vu. El golpe final con el piso frío le resultó familiar. Esa imagen no le era ajena. No obstante, tampoco le dirigió la palabra. Después de todo se trataba de un recuerdo, él tampoco iba a saber qué responderle.

jueves, 11 de diciembre de 2008

ELLA Y EL


Estaba sola, junto a dos compañeras más de góndola. Un vodka ruso y un licor belga eran sus vecinos ocasionales. Cuando me vio, el aguila guiñó su ojo izquierdo y se posó en mi brazo. Me dijo que estaba cara,que nadie la llevaba, que necesitaba volver a una góndola argentina o mejor, cordobesa. Que acá no entendía el idioma, que se sentía una prostituta. Cara y negra. No se sentía querida, menos respetada.
Que con la Prity se llevaba mejor, que el Vittone nunca la jodía, y el Cinzano era soberbio pero en el fondo, buen tipo. Eran otros vecinos. Se tuvo que acostumbrar. La globalización la llevó a estar sentada en un rincón de alcoholes importados del aeropuerto de Bruselas. Allí donde abunda la buena cerveza, ella es maltratada, o lo que es peor, ignorada.
Tenía pegada en la frente una etiqueta que le determinaba su suerte: 20,30 euros. Eran casi 90 mangos para saciar un sano vicio, el del aperitivo con gusto a hierbas. El de la bebida negra que tropieza con unos hielos enguajados en bebida cola. Llevame, se escuchó cuando su voz se mezcló con la del alta voz del aeropuerto que anunciaba la partida del próximo vuelo, que era el mío.
Te busco allá, le dije, te veo en dos meses, en un vaso de vidrio, en un brindis, en unos labios sucios de espuma, en una boca con aliento a rifle italiano.
Cuando secó sus lagrimas con la etiqueta del precio, entre el ruso y el belga la contuvieron. Hablaban en inglés, ella sólo entiende cordobés y del básico. Agachó la cabeza y se dejó arropar por manos que olían a alcohol europeo.
Prometieron emborracharse hasta bailar en una pata y hacer temblar a todo el aeropuerto Charleroi de Bruselas. Brindaron por el flaco que se fue. Por el vaso que no se pudo tomar, pero también por todos los que se va a tomar a su regreso. "Salud", gritaron las tres botellas con los ojos vidriosos, "salud", dijo por lo bajo el flaco de boina gris que se metió a la manga pensando en ella. Sacó su pasaporte italiano,le desearon buen viaje. Ella también era italiana, aunque se nacionalizó cordobesa hace muchos años. En febrero se volverán a ver. La sed, y las ganas de tomar

miércoles, 3 de diciembre de 2008

ILUSIÓN ÓPTICA

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Me despertó de un codazo en el estómago. “Dale, vamos”, dijo.

No había tomado tanto alcohol como para no reaccionar. Abrí los ojos, uno más grande que el otro y le dije que fue una pesadilla, que vuelva a dormir.

Saltó de la cama, se ajustó el jean, acomodó su pelo y ya parecía dispuesta a huir.

La fotógrafa quería lograr un cuerpo desnudo que parezca vestido: ilusión óptica made in Bulgaria. Me negué a ser su rata de laboratorio y puse la almohada como escudo humano, tapando mi cara.

Quédate así. No te muevas, ordenó. 10 disparos seguidos, sin flash. Se fue a la ventana. Quiso repetir el plano, ahora sin la figura humana.

Envolvió la Nikon en un estuche negro y lo guardó en su cartera. La sesión había terminado.

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En la era digital también se puede hacer el amor aunque no existan los laboratorios oscuros de revelado. Que es menos romántico sin los piletones de agua, los bastidores y las placas agarradas de pinzas, puede ser. Las fotógrafas del siglo XXI vienen sin rollos y con un lente que te devuelve una imagen hasta 20 veces distorsionada. Pero si dejan la inquietante cámara en la mesa de luz, aunque sea unos minutos, y se dedican a perder el tiempo enroscándose en las sábanas como una telaraña, esa puede ser una sesión más interesante. Esa es la mejor foto, aunque nadie apriete el botón. La más real, la menos mentirosa, la de las patas largas que sobresalen de la cama, como haciendo títeres.

Mientras el visor de ese francotirador descansa con la lengua afuera, la escena, ya convertida en sombra, pasa a ser un acertijo sin espías.

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No era tan moderna la chica que se peinaba con raya al medio. Olía a vestido guardado pero ocultaba su fobia a las tiendas con un buen perfume francés.

El trípode era una pila de revistas de caza del dueño de casa. El mejor ángulo que encontró fue a las 6 de la mañana cuando el sol no estaba ni enterado que tenía que salir a ganarse la vida.

Su obsesión era la mentira. Y quería que yo legitime la mentira que más le gustaba. La estafa de ver lo que no es. La ilusión óptica sigue siendo, más que el capitalismo, el matrimonio y las duchas de vapor, la mayor mentira que inventó el ser humano. Y porque es nuestra y nos hace cosquillas al ego, dejamos que nos engañe toda la vida. Vida que recordamos gracias a sus postales inmortales, a su mentira eterna.

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Cuando me desperté más tarde, las fotos estaban pegadas en la pared con cinta de papel. Había dos que estaban encerradas en un círculo rojo.

No es verdad que la mentira tiene patas cortas. Ella ni siquiera camina, la sacan a pasear asfixiada en un estuche de tela y ni bien asoma la cabeza afuera comienza el engaño de cada día, repetido una y mil veces.

Es una pareja singular. La japonesa y la búlgara jamás dejarán de mentir. Una hace que la otra mienta. Y la otra quiere que la hagan mentir. Se miran de frente y brindan por la salud de la mentira, para que no muera nunca. Levantan las copas y un destello se devora el instante.