“Hay algo peor que la angustia de la página en blanco. Algo peor que no tener ninguna historia que contar: es haber oído demasiadas, y no poder olvidarlas.”
FABIAN POLOSECKI (1964-1996)

jueves, 11 de diciembre de 2008

ELLA Y EL


Estaba sola, junto a dos compañeras más de góndola. Un vodka ruso y un licor belga eran sus vecinos ocasionales. Cuando me vio, el aguila guiñó su ojo izquierdo y se posó en mi brazo. Me dijo que estaba cara,que nadie la llevaba, que necesitaba volver a una góndola argentina o mejor, cordobesa. Que acá no entendía el idioma, que se sentía una prostituta. Cara y negra. No se sentía querida, menos respetada.
Que con la Prity se llevaba mejor, que el Vittone nunca la jodía, y el Cinzano era soberbio pero en el fondo, buen tipo. Eran otros vecinos. Se tuvo que acostumbrar. La globalización la llevó a estar sentada en un rincón de alcoholes importados del aeropuerto de Bruselas. Allí donde abunda la buena cerveza, ella es maltratada, o lo que es peor, ignorada.
Tenía pegada en la frente una etiqueta que le determinaba su suerte: 20,30 euros. Eran casi 90 mangos para saciar un sano vicio, el del aperitivo con gusto a hierbas. El de la bebida negra que tropieza con unos hielos enguajados en bebida cola. Llevame, se escuchó cuando su voz se mezcló con la del alta voz del aeropuerto que anunciaba la partida del próximo vuelo, que era el mío.
Te busco allá, le dije, te veo en dos meses, en un vaso de vidrio, en un brindis, en unos labios sucios de espuma, en una boca con aliento a rifle italiano.
Cuando secó sus lagrimas con la etiqueta del precio, entre el ruso y el belga la contuvieron. Hablaban en inglés, ella sólo entiende cordobés y del básico. Agachó la cabeza y se dejó arropar por manos que olían a alcohol europeo.
Prometieron emborracharse hasta bailar en una pata y hacer temblar a todo el aeropuerto Charleroi de Bruselas. Brindaron por el flaco que se fue. Por el vaso que no se pudo tomar, pero también por todos los que se va a tomar a su regreso. "Salud", gritaron las tres botellas con los ojos vidriosos, "salud", dijo por lo bajo el flaco de boina gris que se metió a la manga pensando en ella. Sacó su pasaporte italiano,le desearon buen viaje. Ella también era italiana, aunque se nacionalizó cordobesa hace muchos años. En febrero se volverán a ver. La sed, y las ganas de tomar

1 comentario:

Anónimo dijo...

borracho sin retorno