“Hay algo peor que la angustia de la página en blanco. Algo peor que no tener ninguna historia que contar: es haber oído demasiadas, y no poder olvidarlas.”
FABIAN POLOSECKI (1964-1996)

miércoles, 3 de diciembre de 2008

ILUSIÓN ÓPTICA

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Me despertó de un codazo en el estómago. “Dale, vamos”, dijo.

No había tomado tanto alcohol como para no reaccionar. Abrí los ojos, uno más grande que el otro y le dije que fue una pesadilla, que vuelva a dormir.

Saltó de la cama, se ajustó el jean, acomodó su pelo y ya parecía dispuesta a huir.

La fotógrafa quería lograr un cuerpo desnudo que parezca vestido: ilusión óptica made in Bulgaria. Me negué a ser su rata de laboratorio y puse la almohada como escudo humano, tapando mi cara.

Quédate así. No te muevas, ordenó. 10 disparos seguidos, sin flash. Se fue a la ventana. Quiso repetir el plano, ahora sin la figura humana.

Envolvió la Nikon en un estuche negro y lo guardó en su cartera. La sesión había terminado.

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En la era digital también se puede hacer el amor aunque no existan los laboratorios oscuros de revelado. Que es menos romántico sin los piletones de agua, los bastidores y las placas agarradas de pinzas, puede ser. Las fotógrafas del siglo XXI vienen sin rollos y con un lente que te devuelve una imagen hasta 20 veces distorsionada. Pero si dejan la inquietante cámara en la mesa de luz, aunque sea unos minutos, y se dedican a perder el tiempo enroscándose en las sábanas como una telaraña, esa puede ser una sesión más interesante. Esa es la mejor foto, aunque nadie apriete el botón. La más real, la menos mentirosa, la de las patas largas que sobresalen de la cama, como haciendo títeres.

Mientras el visor de ese francotirador descansa con la lengua afuera, la escena, ya convertida en sombra, pasa a ser un acertijo sin espías.

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No era tan moderna la chica que se peinaba con raya al medio. Olía a vestido guardado pero ocultaba su fobia a las tiendas con un buen perfume francés.

El trípode era una pila de revistas de caza del dueño de casa. El mejor ángulo que encontró fue a las 6 de la mañana cuando el sol no estaba ni enterado que tenía que salir a ganarse la vida.

Su obsesión era la mentira. Y quería que yo legitime la mentira que más le gustaba. La estafa de ver lo que no es. La ilusión óptica sigue siendo, más que el capitalismo, el matrimonio y las duchas de vapor, la mayor mentira que inventó el ser humano. Y porque es nuestra y nos hace cosquillas al ego, dejamos que nos engañe toda la vida. Vida que recordamos gracias a sus postales inmortales, a su mentira eterna.

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Cuando me desperté más tarde, las fotos estaban pegadas en la pared con cinta de papel. Había dos que estaban encerradas en un círculo rojo.

No es verdad que la mentira tiene patas cortas. Ella ni siquiera camina, la sacan a pasear asfixiada en un estuche de tela y ni bien asoma la cabeza afuera comienza el engaño de cada día, repetido una y mil veces.

Es una pareja singular. La japonesa y la búlgara jamás dejarán de mentir. Una hace que la otra mienta. Y la otra quiere que la hagan mentir. Se miran de frente y brindan por la salud de la mentira, para que no muera nunca. Levantan las copas y un destello se devora el instante.




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