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Del otro lado estaba una de las potencias más soberbias del planeta, apoyada por la logística internacional, nada menos, que de la OTAN. A simple vista era como si un grupo de jóvenes soldados con boleadoras intentaran arremeter contra un ejército que dirigía su avance con radares y misiles.
Pero la población civil, por acción u omisión, también fue responsable. Gran parte de la sociedad creyó y aplaudió el famoso discurso del Presidente de facto Galtieri que desde el balcón de la Casa Rosada afirmaba inescrupulosamente “vamos ganando”. Las almas que tiritaban de emoción en la plaza de mayo aquella fría tarde ante semejante ebriedad retórica compraron esa “verdad” como un dogma irrefutable sin saber que se sumergían en un laberinto borgeano de irreparables pérdidas.
Hoy, las islas Malvinas siguen como entonces. Despobladas, frías, lejanas. Pero por sobre todas las cosas, lejanas. Si no es a través de algún impensado salvoconducto diplomático las Malvinas no serán jamás argentinas, aunque visceralmente estemos convencidos de lo contrario. Porque si bien no podemos ostentar el título de propiedad, los argentinos seguimos cantando cada 2 de abril: “... ¡Rompa el manto de neblinas, como un sol, nuestro ideal; Las Malvinas, argentinas en dominio ya inmortal!..”
Cuando entonamos la marcha nos ponemos serios y hasta nos emocionamos. Simbólicamente siguen siendo argentinas.Pero hay gestos que no alcanzan, decisiones que no satisfacen, voces que no convencen. Porque por más que el estado intente reparar el daño causado por aquella guerra mediante indemnizaciones a las víctimas, eso no será suficiente. Sólo conforman meras migajas materiales en medio de tanto vacío espiritual. Malvinas significa mucho más. Es, como tantos otros hitos en la historia argentina, una huella imborrable que llevarán generaciones enteras sobre sus hombros. Es demasiado profundo el dolor que dejó como para pretender ocuparlo solamente con un aumento en las partidas presupuestarias. Ellos se merecen algo más por ser los verdaderos héroes de una guerra que nadie ganó. Es la profunda transformación cultural de un país la que nos llevará a través de la memoria histórica a no repetir los errores del pasado. Quizá se vean más reconfortados cuando sientan que la sociedad ha madurado. Cuando en el futuro observen que sus conciudadanos no vitorean a dictadores bajo el eufemismo de “gesta histórica”. Esperemos para aquel entonces haber aprendido la lección y no guiarnos por caprichos patrióticos del poder de turno.
3 comentarios:
Completamente de acuerdo con sus palabras amigo...
"Pero la población civil, por acción u omisión, también fue responsable". No opinar y no actuar es hacer política, o -no política , aún más peligroso!
Y ya que a ud. le gusta la buena literatura le dejo abajo el link de un cuentito de Borges (con quien no suelo acordar en cuanto a actitudes políticas cabe aclarar). Por si no lo leyó...
Juan López y John Ward
www.poesia-inter.net/jlb1340.htm
Las banderas son telas simbólicas muy peligrosas.
Las aves migran del Norte al Sur, del calor al frío.
Yo a veces soy banal, a veces Santa, a veces puta, a veces rata, y que?
nada pasa y todo continúa, ausenta a nosotros, Universalmente multidisciplinar.
Las tropas.
Lo de Borges es MAYÚSCULO. Gracias por la recomendación.
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