Cada vez que cruzo un puente me pasa lo mismo.
Siento que estoy arriba de una montaña rusa y que voy a vomitar.
Y camino
rápido, con los ojos cerrados y las manos en los bolsillos para que de ahí
tampoco se escape el aire.
No hablo ni con mis dientes,
y la pera tirita como
una hoja empujada por un buque petrolero.
Llevo los puños cerrados y sudados.
Si
alguien me desafiara a una pulseada, tendría que rechazar el convite.
Nunca hay que correr arriba de un puente.
Creerán que sos un delincuente. O un cagón.
Pienso que voy a morir.
Que el puente se cae,
que si
abajo hay un río moriré ahogado;
que si abajo pasan autos,
me pisarán como
bolitas de telgopor.
El miedo es un pulóver sobre el torso desnudo en
pleno verano.
Te va a picar siempre, sentirás ronchas mentales.
Y el único
mosquito es el que está en tu cabeza,
y no quiere irse.
Crees
que alguien te abraza, pero no.
Es el pulóver que te pica, es el miedo que no
se va.