Y pensar que detrás de cada teta hay un corazón.
Hasta en esos pechos apretados que impiden el paso de una pulga.
Hasta en esos simulacros de valles mal regados.
Hasta donde parece que no hay nada, hay algo.
Siempre. Y son dos. Y laten fuerte.
Y justo te pide que la abraces cuando hay tormenta de sol.
Y cuando finalmente se chocan son tres, y no dos, las caras que te miran.
Intercambian una mirada interminable.
Larga como una soga atada al cuello de una serpiente.
Ahora tenés sobrados motivos para sentirte observado.
2 comentarios:
fantástico che, la descripción prosaica de esas frutas adictivas que acostumbramos consumir. Muy bueno el ojo y el uso de imágenes, habría que hacer algo con el pequeño texto éste.
Saludos.
hermoso fer! te quiero Ri
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