“Hay algo peor que la angustia de la página en blanco. Algo peor que no tener ninguna historia que contar: es haber oído demasiadas, y no poder olvidarlas.”
FABIAN POLOSECKI (1964-1996)

viernes, 15 de mayo de 2009

EL PROBLEMA DE SOÑAR

Soñé que me quedaba a dormir de una novia de la adolescencia y que, al despertarme, no encontraba mis ojotas havainas. Las busqué en todos lados. Debajo de la cama, entre las sábanas, en el baño, debajo de la almohada, en el ropero, en la mesa de luz (que no era una mesa ni tenía luz). Pero no hubo caso, mi calzado estival jamás apareció. Todos dormían en la casa de la chica que tenía las manos más suaves que hasta entonces había conocido y no quería despertarla a ella para que me abriera la puerta. Me dieron unas incontenibles ganas de largarme de esa casa que no me pertenecía. Al estar descalzo mis pasos no se sintieron y pude salir por la puerta de la cocina que siempre estaba abierta. Por suerte el perro dormía en el patio y ni se inmutó por mis movimientos. Salté la reja, me raspé el codo derecho como un delincuente inexperto y por fin me sentí libre. Vivía cerca, a unas tres cuadras. Me fui caminando, sintiendo que el aliento de la vereda es más caliente en verano. Agradecí la existencia de la fiaca dominical, sin la cual no hubiera podido cruzar esa reja con dignidad. Los ojos pesados de vecinos pesados hubiera sido demasiado peso para un tipo que huye a pie de la forma menos otrodoxa que el vecindario recuerde. Ellos espiaban con ojo de lince cada "movimiento extraño" de la familia de la chica de manos suaves.
No sé que habrá pensado la chica de las manos suaves cuando intentó abrazarme y se encontró con un puñado de sábanas y mi sector de la cama deshecho. Habrá pensado que estaba en el baño (de chiquito siempre me levantaba a orinar al menos una vez en la noche), que había ido a tomar agua, o que me había desvelado y estaría en el living haciendo zapping.
La frustración más grande de esta mañana no fue despertarme y ver que mis havainas negras, compradas a 8 reales en un puesto callejero de Florianópolis, estaban al lado de la cama, como esperando a que vinieran los reyes. No, esa no fue la mayor frustración. Sentí un nudo en el pecho cuando me di cuenta que no supe cómo terminó aquella historia. ¿Qué habrá pensado la chica de las manos suaves al saber que tiene un novio que huye al alba y camina descalzo por el barrio aduciendo que perdió un par de ojotas?
“Pero si nunca las trajiste, tonto, no te acordás que anoche fuimos a caminar y tenías puestas las zapatillas blancas”, cree recordar que le dijo la chica de las manos suaves como un papel de calcar. Pero a esta altura, ya no puede separar lo que soñó de lo que cree que soñó. Son como dos imágenes borrosas que se entremezclan, como dos ojotas que toda la vida caminaron juntas y que de repente, en una esquina, cada cual toma caminos diferentes.
¿Pero justo a ella le tenía que hacer esto, a la chica pulcra de manos y pies brillantes como un cristal? Si viera las plantas de mis pies. Le diría que venga a verlas ahora que están limpias, como las de ella. Pero ya no tengo su teléfono ni sé que fue de su vida. Menos sé acerca del estado actual de su manos y de sus pies. Deben seguir como entonces, salvo que haya salido con novios que le esconden el calzado y la obligan a huir de madrugada sin refugio en sus pies. Lo único que espero, por su bien y el de su codo, que sus novios no vivan en casas con rejas, y si de pedir se trata, rogaría que los vecinos sean menos rigurosos que los de su casa de la infancia.
En el sueño, una vez que llegaba a mi casa me iba al fondo del patio y con la manguera me limpiaba los dedos mugrientos cargados de tierra, arena y mugre. Al enjuagarlos, el agua que se perdía entre los dedos era negra, bien negra, como las havainas que jamás encontré.

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