“Hay algo peor que la angustia de la página en blanco. Algo peor que no tener ninguna historia que contar: es haber oído demasiadas, y no poder olvidarlas.”
FABIAN POLOSECKI (1964-1996)

jueves, 23 de julio de 2009

ESCRIBIR



No hay mucha ciencia. Se escribe como se mea. Puedo decir "orina", pero prefiero lo primero.
Así, de parado, sin mojar la tabla, haciendo equilibrio, sin alterar los renglones, respetando las mayúsculas, poniendo acentos con la mano desocupada, tirando la cadena con la misma mano que doblás el papel. De izquierda a derecha, preferentemente.
Está bien. Algunos se sientan, sobre todo si es de noche y están en casa ajena. Pero eso no cambia el fondo de la cuestión. La cosa es escribir. Dónde sea, por lo que sea, para quién sea.
Es sacarle punta al lápiz y empezar. Es desabrocharse el cinto y empezar.
No seas gil. Es menos de lo que pensás.
Está incorporado a uno como la cola de un perro.
Para qué negar la relación entre ambas actividades. O ahora te vas a poner en burgués refinado y me vas a decir que nunca orinaste la calle de tierra escribiendo el nombre de ella. Abreviado, de más está decir. Si se trataba de Ruperta, habrás puesto "ru", si la agraciada era Filomena, habrás tatuado un "Filo". Aunque en este último supuesto, deberías haber tomado al menos seis cervezas y cuatro baldes de pritty limón.
O a veces sin connotaciones sentimentales. A lo mejor trazabas una montaña o un sol de otoño en la pared del club. O en el portón de madera del kiosco que no te quería fiar.
Es el líquido inevitable hecho palabras, el miembro menos pensado convertido en pluma.
Bukowski decía que escribía para no convertirse en asesino. César Vallejo para decir que la luna era una vieja pelada. Ponele que vos escribís porque estás solo y el ruido del teclado te hace compañía, o porque te gusta que las letras formen palabras, las palabras oraciones, las oraciones párrafos, los párrafos páginas, las páginas cuentos y novelas, los cuentos y novelas libros, y finalmente los libros ganas de mear. Y así todo comienza de nuevo. Es el génesis laico. Es la biblia y el sanitario. Acá no hay calefón.
Se mea, se escribe, se vuelve a mear, se reincide en escribir. De eso estoy seguro. Nadie dejará, o al menos, nadie debería dejar, de escribir y orinar. En ese orden. Si es posible.

Un lápiz, un papel, y a lo sumo un sacapuntas. Sí, como mear. Eso dije. Sólo hacen falta ganas. Que te corra ese hormigueo por el estómago y más abajo también. Que si es amarillo, más claro, más oscuro. El color de la tinta es lo de menos. Si el papel se manchó, si el agua del inodoro se arrugó, ya está. Salió lo que había guardado adentro. La uretra, la vegija, la cabeza, las manos. Todos están de acuerdo en aplaudir de pie.
Escribir es más fácil de lo que se cree. No hablo de hacerlo mal o bien, hablo de hacerlo. Aunque al poeta le digan que es un mal poeta, él no se aflije, ya le dijeron poeta, y con ese rótulo en la cabeza se va a dormir en paz. O a escribir en paz. O a mear en paz. O todo eso junto.

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