“Hay algo peor que la angustia de la página en blanco. Algo peor que no tener ninguna historia que contar: es haber oído demasiadas, y no poder olvidarlas.”
FABIAN POLOSECKI (1964-1996)

lunes, 13 de julio de 2009

FLOR DE INJUSTICIA


Usted puede pensar, a priori, sin mayor ejercicio mental que el que demanda seguir un partido de bochas en diferido, que los comerciantes de la ciudad sufren igual y por lo mismo. Inflación, inseguridad, caída en las ventas, etc. Déjenme advertirles que su razonamiento transita por la vía equivocada. O al menos no es equiparable la pena de un florista con la de ningún otro rubro del comercio. El problema radica en que los especialistas en amapolas, madreselvas y crisantemos, no sólo reciben los efectos devastadores de la crisis internacional, la gripe porcina, y la debacle recesiva post-electoral,sino que también los acompaña una angustia más. Cargan sobre sus hombros el interrogante más tortuoso que un hombre puede llevar consigo durante un día entero. Una desgracia que sólo los entendidos en masetas, tierra y plantines, conocen.
No es fácil. Qué va a ser fácil.
Si resulta que...
Abren de noche pero venden más de día. Son los verdaderos comercios "24 horas". Tienen la radio encendida, pero no la escuchan. Sólo paran la oreja cuando gritan los números de la quiniela o el estado del tiempo. Se entretienen mirando la gente pasar. Se comen los mocos, se atan y desatan los cordones tantas veces como escupitajos reciba el cordón cuneta,revuelven la tierra de las masetas hasta marear el humus y provocarle vómitos reiterados, escriben en la pizarra la oferta del día con tiza blanca, y a veces, sólo cuando les queda un tiempo muerto, asoman la cabeza y comprueban si el calor que azota su rancho de chapa verde es prodcuto del sol o del motor de los colectivos.
Hace frío y riegan lo mismo. Se mojan las manos, arman paquetes, emprolijan brotes,cortan tallos. Algunos hasta escriben tarjetas a nombre de otro.
Cuando se aburren hacen crucigramas o leen una revista que les prestó el del puesto de diarios. Cambian la yerba cuatro veces al día. Al agua la calientan en el bar de enfrente. Y las facturas que compran a la mañana persisten hasta bien entrada la tardecita.
A veces el olor de los sahumerios los hace toser y estornudar. Ahora también venden barbijos y usan alcohol en gel.
Ahora que están baratos los pensamientos, la gente lleva jazmines. Es que ya nadie pone un mango para que las ideas echen raíces.
Y lo peor de todo, lo más triste, lo dificilmente reparador, lo improbablemente solucionable, y ahí es donde radica mi defensa hacia este gremio desprotegido por la ciudadanía toda, es que jamás podrán distinguir entre quién compra una flor para dirigirse al velorio y aquel que lo hace en ocasión de su primera cita amorosa. Da lo mismo el pibe nervioso que no sabe qué ejemplar llevar ni dónde camuflarlo para no ponerse bordó de la verguenza que aquel que se dirige con los ojos empañados al entierro de su ser querido. No hay forma de saberlo. No es posible averiguarlo. Si ambos van apurados. Si los dos señalan con el dedo y pagan justo. Si apenas dicen un gracias. Si las sonrisas las tienen guardadas como los pañuelos. El muchacho para secarse las manos sudadas de los nervios, y el que visita el difunto por si se le pianta un lagrimón en medio del responso.
Eso es grave. Eso es verdaderamente una injusticia. Mucho más injusto y desalentador que deshojar la margarita y concluir que (ya) no te quiere.

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