“Hay algo peor que la angustia de la página en blanco. Algo peor que no tener ninguna historia que contar: es haber oído demasiadas, y no poder olvidarlas.”
FABIAN POLOSECKI (1964-1996)

viernes, 3 de abril de 2009

VERLA FUMAR


Era un buen ejercicio verla fumar. Prendía el cigarrillo hundiendo los pómulos y los ojos entrecerrados, como asaltados por granitos de arena, jugaban a la intermitencia ocular. Una mano hacía de pared para frenar el viento; la otra sostenía el encendedor que disparaba una llama potente e iluminaba la cara como una vela en la medianoche. Aspiraba el humo, lo contenía entre las encías unos segundos, y lo largaba en cuotas de a dos o tres soplidos simétricos.
Después miraba el cigarrillo. Controlaba si estaba bien encendido. Si la punta despedía destellos naranjas a la vez que consumía el tabaco de manera parsimoniosa, se había hecho un buen trabajo.
Sonriente por la tarea cumplida, te miraba a la cara, echaba humo con comba hacia el costado y te clavaba la mirada de su nariz en la sien. Nunca te inundaba la cara de humo. Era una fumadora respetuosa.
Nunca fumaba menos de 4 cigarrillos en una salida. Nunca más de diez. En ese promedio adictivo se movía la flaca que vestía vestidos sueltos y tenía el pelo largo como una autopista alemana.
Se reía con humo en la boca, lo despedía rápido, una o dos carcajadas espontáneas, de nuevo el bastón blanco a la boca, vuelta a aspirar, vuelta a despedir, vuelta a reír. Así podía estar un buen rato.
El problema fue aquella noche donde el viento se coló entre los árboles como una rama curiosa llena de oxígeno en sus pulmones.
Se enojó tanto que terminó estampando el encendedor contra una pared tatuada de grafitis.
Se quedó mirando el pucho que eyaculaba cenizas quemadas. Como un amante resignado después de una noche de tiros, balaceras y corridas zigzagueantes en una cama de plaza y media. Decidió no fumar por quince minutos. Ahí se acercó hasta la cerradura de mi boca y largó unas palabras con sabor a nicotina.
Siempre que fumaba, dibujaba siluetas en el aire.
Cuando fumaba en las escaleras, aparecían montañas.
Cuando fumaba sentada en un banco de plaza, largaba nubes en forma de espiral.
Cuando fumaba mientras caminaba, eran ráfagas rectas, como alfileres grises sin destino conocido.
Cuando fumaba en la cama, un pentagrama multicolor surcaba el aire.
Cuando fumaba en la bañera, su voz se confundía con la de la ducha.

De día era una más. De noche, una menos. Una menos que no fumaba. Salvo que hiciera mucho viento y optara por revolear el fuego contra el piso o la pared de los grafitis. Siempre encontraba alguna. Sino, le rompía la cara a alguna baldosa inocente.
Y es que últimamente, las noches son cada vez más ventosas. Y ella cada vez se parece menos a ella.
Cuando no fuma, su cara es como ese cigarrillo que no tiene en la boca. Como si el viento fuera su rostro. Como si la pared pintada de grafitis le pidiera de rodillas que la deje en paz.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Que habilidad y frescura de contar los actos simples y cotidianos de la vida...te mereces un libro toroooo..la turca

Ferdydurke dijo...

jaja. ya vendrá el libro. Estoy pensando en hacer pastelitos para juntar guita para la publicación.
¿Se te ocurre algún mecanismo más rentable?

Anónimo dijo...

Si!!!! volver con El principio del fin o con peinate, facturar mucho, juntar mucha guita y no laburar más. Vos te dedicas a escribir libros y yo vere que cosa me depara el destino. Y sino el viaje a Cabo Polonio será anticipado....jejeje...