“Hay algo peor que la angustia de la página en blanco. Algo peor que no tener ninguna historia que contar: es haber oído demasiadas, y no poder olvidarlas.”
FABIAN POLOSECKI (1964-1996)

viernes, 18 de enero de 2008

DESHORAS

La gente se abarrota, se desespera. Afuera hace un frío polar, pero adentro el amontonamiento humano hace que la temperatura aumente considerablemente. Son las 2 de a tarde, y la milanesa con puré recién comienza a ubicarse en el estómago de un joven que ingresa al tercer vagón del subterráneo de la línea B, que lo llevará a su trabajo. En Callao y corrientes un grupo de manifestantes cortan media calzada. El muchacho, esbelto, se acerca a uno de ellos y le pregunta con tonada provinciana: -Maestro...¿Por qué están acá? (alargando la letra “a” de manera involuntaria) -Ni idea flaco, yo estoy c... de frío, por mí me iría a mí casa, creo que es algo de Quebracho. Nunca viene mal un poco de quilombo. El treintañero, de barba desprolija y rostro amigable, le guiñó un ojo y siguió caminando; volvió a taparse la boca con un pañuelo, y empuñó con firmeza un palo. El joven guardó las manos en los bolsillos y enfiló para el subte. Había cola para sacar el boleto. “Metrovías informa que la línea B registra una demora de 5 minutos por desperfectos técnicos.” Manda un mensaje de texto. No hay señal. Rebotado. Compra el boleto. “uno por favor”, la mujer con movimientos mecánicos no levanta la vista. Una pareja compra caramelos, se pelean por elegir quién agarra los de fruta.¿Porqué no habrán comprado todos con gusto a fruta? ¿Necesitarán de una pelea mundana para demostrarse afecto? Una anciana lee un libro de autoayuda. Un hombre, peinado a la gomina, con traje oscuro, devora un sándwich de jamón, tomate y huevo. Dos chicas se sientan juntas, se agarran de la mano, susurran al oído. Llegó el subte. Se agarra del pasamanos, mira su reloj, faltan todavía cuatro estaciones. Está llegando tarde, no le dirán nada, su jefe hoy llegará más tarde que de costumbre. Una mujer se pasea por el vagón con su hija en silla de ruedas. Pide una moneda, jura que quiere trabajar, pero no encuentra donde hacerlo.
Hurga en su saco, le obsequia una moneda de 0.25 centavos, y recibe a cambio una sonrisa estudiada. “Tengan ustedes muy buenos días, damas y caballeros”. Un hombre, canoso, con la piel curtida y la cara poceada se presta a tocar un colorido bandonéon a cambio de algunas monedas. Comienza con “zamba de mi esperanza”. Algunos agachan la cabeza, otros siguen el ritmo apenas moviendo los labios, y hay quienes se aíslan del submundo bajo tierra colocándose los auriculares de su mp3. “Próxima estación: Lacroze”, indica un cartel luminoso. Hace el cálculo, ya está media hora atrasado. Saca el celular, ahora sí tiene señal. “Te espero a las 5”, le escribió ella. “No llego a esa hora, todavía estaré en el laburo”, responde él. “Siempre lo mismo, bueno, hacé como quieras, Besos.” El mensaje final de ella fue como una puñalada, decidió no contestarle y apagó el celular. Hace tres meses que no la ve, estará en Buenos Aires una semana. Todavía no sabe si quiere verla, lo más probable es que a última hora decida que sí. “Pañuelos descartables. 3x$1, señores. En cualquier comercio lo encontrará a $1 cada paquete, no se pierda esta oferta inigualable.” El viejo del bandoneón ya se ha había bajado. De a poco el vagón va recuperando aire, ahora se respira mejor. Se renuevan los pasajeros, entra un hombre calvo, no más de metro y medio, carga con un maletín negro y lleva anteojos gruesos como un cordón cuneta. Se sienta, coloca las gafas a media asta y se dispone a leer “Clarín.” El muchacho quiere disimular, pero no puede. Se pone colorado, vuelve a prender el celular. “Los incas, fin del recorrido” repite una voz latosa. El hombre del maletín enrosca el diario, lo acomoda debajo de su hombro. Guarda los anteojos en el bolsillo de su camisa. Cruza la avenida, entra en un bar. “Cortado por favor.” A los 5 minutos está conversando con una mujer rubia, entrada en años, pero elegante. Se mantiene en forma, me arriesgo a que hace gimnasia por lo menos dos veces a la semana. Ella le escribe un número en una servilleta. Se dan un beso. Dura unos segundos. El muchacho contempla desde el vidrio, decide seguir caminando. Sabe, más que nunca, que hoy su jefe no irá a trabajar a horario.

5 comentarios:

Chacho dijo...

Feliz Cumpleaños gayyyy

Ferdydurke dijo...

Hay charco, vos siempre igual, nunca una llamadita ehh,, y eso que pedaleando, pedaleando...

Leila dijo...

FELIZ CUMPLE ATRASADO!!!
besos desde la costa!!!

ley.
p/d: q pasó con vos, no venis x acá?? ?

Ferdydurke dijo...

Ley, el finde que viene estaré por alla. Te aviso, besos.

Anónimo dijo...

me gusta leer las cosas que escribis
no tendras una novela un poco mas larga que quieras publicar??????