“Hay algo peor que la angustia de la página en blanco. Algo peor que no tener ninguna historia que contar: es haber oído demasiadas, y no poder olvidarlas.”
FABIAN POLOSECKI (1964-1996)

miércoles, 9 de enero de 2008

Dile a esa chica que no llame más PARTE III

¿Mañana me animaré a decírselo? Hoy sé que no. Mañana, tal vez. Ella estará, casi con seguridad, más linda que nunca, con esos pantalones blancos bien ajustados que bajan de repente y caen ante unos tobillos finos y prolijos que prometen dar batalla incansable ante cada paso que decida dar. Va a estar maquillada, peinada con el flequillo recogido hacia el costado, unos aros con forma de aros, ya casi ninguno es así, grandes, bien amplios, como si esperara a que algún trapecista de circo se colgara en las callejuelas de sus orejas. ¿Le podré decir que no a alguien que con una voz dulce y convincente me dirá en la cara, mirándome fijo a los ojos, que me ama? Debería pasar algo similar a un milagro para que ello ocurra, o quizás la solución sea llevarme una mochila llena de trotyl e inmolarme al frente de ella. El plan sería algo así. La cito en un café, le doy un beso largo, muy profundo, sentirá que todo es para siempre, que la eternidad se apodero de aquel beso jugoso con gusto a inmortalidad, entierro mi lengua en sus encías, aquel instante no durará más de dos minutos. Quito mi boca de golpe, demasiado brusco, ella no entiende tal reacción y le digo que voy al baño. Chequeo el cargamento, vuelvo, me siento, me sonríe, quiere darme otro beso, pero todo estalla en mil pedazos. El bar es un mar de escombros y nuestros cuerpos flotan entre pedazos de mampostería, ceniceros y tazas de café. Menos mal que muchos de mis pensamientos jamás los llevaría a cabo, de no ser así ya tendría más de cien asesinatos en mi haber. Pensándolo bien, sería injusto, una muerte absurda, egoísta. Pero si no me la puedo quitar físicamente de encima, menos podré borrármela de mi mente. Me pregunto, a cada rato, en cada semáforo, en cada sorbo de café, por qué no dejo de soñar con su lengua que acaricia mi cuerpo todas las noches, son esas lenguas que, como dijo Sabina, aparecen en todas mis pesadillas. Cuando despierto te detesto, te aborrezco, de verás quiero verte muy lejos, pero mientras dura el sueño me gusta verte con la silueta más parecida a un fantasma que jamás haya visto, tu lengua me acaricia, recorre todo mi cuerpo, siento calor, me despierto sudado, pero ya odiándote.
A lo mejor cuando termine de rasurar esta barba de diez días, se aclaren mis ideas. Mientras tanto sigo parado en esta silla, me siento un trapecista, a lo mejor quiero hacer piruetas en su oreja, o tal vez quiero pesquisarme un rato más en el espejo, para ver, de una vez por todas, si logro saber quién soy. El teléfono ya dejó de sonar.

No hay comentarios: