“Hay algo peor que la angustia de la página en blanco. Algo peor que no tener ninguna historia que contar: es haber oído demasiadas, y no poder olvidarlas.”
FABIAN POLOSECKI (1964-1996)

miércoles, 2 de enero de 2008

El día después de mañana, o cómo el mundo se tiñó de rojo


Y mañana todo amanecerá teñido de rojo. Cuando el caos que hoy reina en la inmensidad de los mares dé paso a la inevitable parsimonia del infinito, todo será más predecible. Pero eso quizás no lo podamos ver. O sí, pero desde otro lugar. Todo y Nada serán lo mismo, el fluir de la vida tendrá una única vía de materialización: el futuro. Mientras tanto habrá que ingeniárselas para sobrevivir en la angustia perenne que significa el presente. Futuro, ven, aquí te espero, sino llego a verte, es porque el maldito presente me subordinó al caos de lo real y terminó por liquidarme. Quiero ser futuro, ser parte de lo inmaterial, de esa oleada universal lacónica que se conforme con sólo un término para entender lo que suceda: Paz. Son tres letras. Dos consonantes, una vocal. Parece una composición sintáctica sencilla, pero no lo es; esconde su morfología un engaño conceptual. La P, es el inicio de la palabra Petróleo, la A, es el comienzo de la palabra Agua y la Z, podría ser la introducción a un recurso natural que aún desconocemos. Las guerras son y serán por recursos escasos que la humanidad monopoliza y no comparte, destruye y no protege. El ser humano, encarnado en los gobernantes que supieron elegir, va erosionando su propio porvenir con sucesivos errores de adolescente iletrado. Es como aquel aprendiz angurriento que en el afán de huir del mundo, se cayó del mapa.
Vivimos en una esfera de cristal agobiada de miserias endémicas. La esfera es rodeada, jaqueada. El cristal se rompe, el virus ingresa, dispersa su líquido rojo ferrari, es la sangre del consumismo, son las lágrimas de la dignidad, la infección mundial que huele a oportunismo. La humanidad ya cambió. Fue teñida y permanecerá de ese color, hasta desaparecer.
Una lupa gigante con forma de pipa, sólo Dios sabrá de qué modo se pita tal utensillo, será la pantalla desde donde se podrá observar al mundo. Serán los muertos, donde quiera que residan sus almas, los privilegiados de chusmear el acontecer de un mundo que mutará a cada segundo. Desde las alturas de lo intangible, sólo se ven puntos negros que se pisan los unos a los otros. Parecen hormigas, pero llevan saco y corbata, camisas y polleras.
Agradezco haber muerto en esta época. No me simpatiza la idea orwelliana del espionaje.
Prefiero verlos a ustedes, hace un rato era yo mismo, desde la comodidad que ofrece la muerte.
El cansancio es aterrador, los ojos se irritan de tanto movimiento indescifrable. Se ve, siempre desde la comodidad del que observa colgado de una nube con gusto a escombro, una enorme trinchera variopinta en donde miles de millones de siluetas con rasgos humanoides pugnan por su lugar, el no lugar, la no estadía. La eternidad. El dolor de ya no ser.

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