“Hay algo peor que la angustia de la página en blanco. Algo peor que no tener ninguna historia que contar: es haber oído demasiadas, y no poder olvidarlas.”
FABIAN POLOSECKI (1964-1996)

martes, 15 de enero de 2008

Un capítulo cualquiera de una novela futura


(Un personaje de la novela, aún sin nombre, camina por las calles de París)

Una primavera cálida invita a los estudiantes a sentarse en los verdes parques del Barrio Latino; a leer un libro, tomar un café, fumar un cigarrillo, probar suerte con alguna nuevo amor, o simplemente sentarse a ver pasar el tiempo. París debe ser la única ciudad del mundo donde uno se posa a mirar el paso del tiempo, y no siente complejo por ello. No es una actividad estéril, es un fabuloso ejercicio mental que pone de relieve todos los sentidos. La pose contemplativa los simula en reposo, pero en verdad están trabajando más que nunca.
Compré el diario L´Humanite por intriga. Quería averiguar si el periódico insignia de los rojos seguía siendo comunista. Jean Jaures lo fundó con un espíritu libertario en una época donde los ideales era algo por lo que valía la pena luchar. Hoy, ya no existen. Y, si quedan algunos pocos, se venden al mejor postor en cualquier feria. Son bienes de cambio, es todo simbólico, nada real. Me pregunto qué es la izquierda. Me respondo que sólo es una de las alternativas al toparse en una esquina. La izquierda como opción política está casi extinta. Sólo encontramos un puñado de dirigente megalómanos que deciden dividirse por sostener un ápice de diferencia respecto a su partener. ¡Proletarios del mundo uníos!, verbalizó Marx. Este lúcido pensador alemán, con más pelos en la barba que certezas en sus ideas, olvidó agregar ¡Ególatras del mundo, únanse”. Ya verán, denme tiempo, y me darán la razón. La izquierda podrá ser una opción real de poder, el día que sus líderes dejen de lado los personalismos y entiendan que la política se hace con muchas cabezas encendidas y no con un único cerebro alimentado a energía solar. Sino todo seguirá como entonces, la izquierda seguirá pululando entre el electorado, mendigando votos para obtener algún escaño legislativo. Serán, en definitiva, como dos calvos, peleándose por un peine.
Me imaginé arengando a una multitud efervescente que aclamaba mi nombre. Yo levantaba las dos manos, apretaba fuerte los puños y recitaba un discurso encendido estudiado de memoria la noche anterior. Me di cuenta que estaba hablando solo.

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